viernes, 12 de septiembre de 2008

Reencuentro a secas


No era una casa cualquiera, tampoco lo era el motivo de su visita. No se dejó impresionar por el tamaño de la mansión ni por el lejano recuerdo de aquella mujer. Sin embargo, sintió como el envoltorio del ramo de flores comenzaba a humedecerse al contacto con la palma de su mano.
Tocó el timbre exactamente cinco minutos después de la hora acordada.
Al momento que comenzó a escuchar pasos que se acercaban, mil imágenes se le atropellaron en la memoria: su rostro, los domingos en misa, su impetuosa relación y el involuntario final vilmente orquestado a instancias de "insalvables" diferencias sociales. Se cuestionó si sería capaz de distinguir su rostro. Se respondió que sí, pero no podía imaginarlo.
El llamado lo había dejado perplejo. Cuando al responder el teléfono le comunicó quién era, él no tuvo mejor respuesta que preguntar "¿Qué Valeria?", aunque lo había sabido desde el primer momento en que escuchó su voz. Necesitó sentarse y hubiera dado cualquier cosa por liberarse de ése inesperado nudo en la garganta. Hablaron por un largo rato, a veces interrumpidos por dificultosos silencios, a veces ensombrecidos por insalvables recuerdos. Aceptó de mucho agrado la invitación. Durante los dos últimos días no había podido pensar en otra cosa. Se imaginó la cena de mil maneras, y se propuso evitar cualquier tipo de recriminación sobre lo ocurrido en el pasado. Había decidido no comentarle todo lo que la había recordado. Sin embargo, se sentía ávido de escucharla, de volver a mirarla a los ojos, mientras le contaba sobre su vida durante este largo tiempo. Se sintió como el adolescente que era al momento de conocerla, con esa rara sensación en el estómago que jamás volvería a experimentar después de la ruptura.
Notó que la corbata lo ahogaba y le impedía respirar, aunque tenía plena certeza de que la causa de su sofocación era otra. El perfume de los jazmines lo tranquilizaba mientras la puerta, aún cerrada, lo desafiaba a huir. Oyó el último de los pasos antes de que el sonido de las llaves comenzaran a accionar la cerradura. Pensó una vez más, en que debía mostrar una imagen calma y mundana, mientras observaba como el picaporte giraba lentamente. La puerta al abrirse, dejó ver al principio sólo una penumbra gris que paulatinamente se transformaba en imagen.
Fue como una embestida brutal, como una bofetada infame, que lo enmudeció. El sordo sonido del ramo al caer al piso contrastó con esa añorada sonrisa, que al tomarlo de sus manos le dijo: "te estaba esperando, la cena está lista", al tiempo que el crucifijo de plata se balanceaba a la altura de sus pechos, por sobre el inmaculado hábito.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

felicitaciones Claudio!soy Judith Dias,tmb lo integro.Ojala q te vaya muy bien!

Claudio S. dijo...

¡Gracias por el mensaje Judith! Te deseo el mayor de los éxitos, ¡coautora!