domingo, 7 de septiembre de 2008

El lago del ocaso (1/5)


I- TORRESI

Era un pueblo tranquilo. Pocas veces se había producido antes alguna alteración del bucólico orden montañés. Estos pocos y rápidamente olvidados incidentes, habían sido en todos los casos originados por turistas. Altercados menores, objetos perdidos y hasta algunas riñas causadas por amoríos pasajeros, solían dar pincelazos de color a la calma y paz que parecía emanar del lago. El Inspector Torresi, recordaba aún el escándalo producido por aquella pareja, que habiendo partido de regreso, había olvidado a su pequeña hija en el hotel. El recuerdo le hizo esbozar una sonrisa, la que mudó prontamente a gesto de preocupación al recordar el caso que lo había llevado a la orilla del lago.
Torresi, cincuentón y jovial, era uno de los más renombrados miembros de las fuerzas vivas de Kara Lauquen. El pueblo, cuyo nombre en idioma mapuche significaba "poblado del lago", había experimentado un gran crecimiento los últimos veinte años, debido a la afluencia de un turismo ávido de naturaleza vírgen en los confines andinos del sur. Hacía ya una década y media se había conformado la unidad de policía rural, en especial para combatir los casos de abigeato y contrabando de ganado en la zona. Con el paso del tiempo y el crecimiento de la comunidad, Torresi se había convertido en jefe del departamento, con el beneplácito de gran parte de la comunidad.
Parado junto a la costa del lago, en una lucha desigual contra el viento, anotaba en su libreta toda la escena con la que se había encontrado hacía minutos. Esa mañana lo despertó el teléfono. Recién comenzaba a clarear, cuando la voz del agente de guardia le informaba del cuerpo encontrado sobre la playa del lago.
Miró la lona que cubría el cadáver y sintió un repentino escalofrío recorrerle su espalda. La hermosa muchacha que yacía a su lado debía andar por la edad de su hija, pensó con amargura. La joven turista mostraba un gran golpe en su cabeza. Todavía no estaban en condiciones de saber si el golpe había sido un hecho casual o no. Sin embargo estaba claro que había sido producido por esa pesada rama de sauce, que se encontraba a un metro del cuerpo. Los rastros de sangre sobre uno de los nudos de la madera no dejaban la mínima duda al respecto. Los guijarros que conformaban la angosta playa no eran una superficie donde las huellas de las pisadas se pudieran marcar. Por lo demás, no encontró rastros de ningún tipo que pudieran revelar la presencia de algún otro ser, al momento del impacto.
Los elementos personales que la joven llevaba consigo, no habían proporcionado muchos datos, con excepción de la máquina de fotos, que ya había sido enviada al laboratorio para investigar su contenido. Al parecer había salido de su cabaña con la intención de dar un corto paseo a la orilla de lago, le había comentado la encargada del lugar, mientras esperaban la orden judicial para investigar la cabaña en que se había alojado.
La jóven había llegado a Kara Lauquen el día anterior. Se alojaba en una de las cabañas que si bien están un poco alejadas del pueblo, se ubican a escasos cien metros del lago, en uno de los lugares más hermosos de la costa. Agustina, tal era su nombre, tenía veinticuatro años y era oriunda de la capital. Por los libros y el instrumental fotográfico que había llevado, parecía dedicarse al estudio y la observación de aves.
Los esfuerzos por contactarse con familiares o allegados de la joven, había sido infructuosos hasta el momento. No se había encontrado ningún teléfono celular, y en la computadora personal que estaba sobre la cama, no se había logrado aún encontrar algún documento relacionado con su vida privada. El número telefónico que había dado al registrarse correspondía a la Facultad de Ciencias Biológicas de la capital, donde ya estaban intentando hallar su nombre en los registros de estudiantes.
Al mediodía, le acercaron un sobre color madera con las fotos reveladas. No eran muchas, al perecer el rollo había sido recién cargado. Las tres primeras eran fotos típicamente turísticas: en una se mostraba la cabaña que habitaba mientras que en las otras dos había tomas del pequeño puerto que se encontraba en las cercanías. Sin embargo la cuarta foto, mostraba una escena poco clara y algo movida, muy distinta a las anteriores. Observando los negativos, constató que se trataba de la última foto, seguramente la última de su corta vida, se dijo para sí.
El inspector Torresi tuvo el presentimiento que la respuesta a todas las incógnitas del caso se encontraban en esa imagen. Separó esa foto y la sostuvo entre sus manos. Se sentó confortablemente, apoyó sus pies, aun con barro de la playa, sobre su escritorio y comenzó a escudriñar los detalles. Incluso, reconoció para sí, podía oír el solemne silencio de las horas del ocaso, sólo acompañado por el ligero oleaje costero. Intuyó que había una brisa fresca, sólo acompañada por el delicado e incitante perfume del bosque que parecía emanar de entre sus manos. Como primera conclusión, observó, la foto había sido sacada desde el mismo lugar en dónde fue hallado el cuerpo. Podía identificar los dos árboles a contraluz que emergen de la playa, justo en el sector izquierdo de la imagen. Por las sombras, llegó a la conclusión que seguramente había sido disparada en momentos del prolongado ocaso de los veranos, probablemente a las 7:00 u 8:00 horas. Identificó las lomas pardas y redondeadas en el sector derecho, al fondo del lago. No le quedaban dudas, era la zona de Punta Mojada, totalmente bañada por el sol. En el centro, si bien algo borroso, se podía identificar al Cristo, que ubicado sobre un promontorio rocoso, había sido inaugurado hacía poco, con la visita del obispo de la capital provincial. Lo intrigó el sector oscuro del rincón inferior izquierdo de la imagen. Creyó ver allí tal vez un animal, tal vez un ser humano, o quizás sólo una sombra, pero evidentemente aún no podía reconocer a ciencia cierta a ese "algo". La foto parecía haber sido sacada en movimiento, pero un movimiento curvo, como si la máquina al momento de obturar estuviera siendo rotada o sacudida. Tenía la casi certeza de que ese movimiento estaba íntimamente ligado a la causa del deceso de la joven.
Pese a que en ese preciso instante hubiese querido seguir con la evaluación de las posibles causas del hecho, no pudo continuar: su esposa lo llamaba por teléfono para indicarle que la comida ya estaba lista.
Caminó las dos cuadras que lo separaban de su casa sin dejar de pensar en la foto y en Agustina.

2 comentarios:

Adriana dijo...

Realmente Claudio te felicito por tu capacidad narrativa, por los detalles. Esta historia te hace sentir al leerla en el mismo lugar de los hechos, con suspenso, misterio, te atrapa hasta querer llegar al final...
Hoy es un domingo ideal para disfrutarla.
Un beso
Te sigo leyendo
Adri.-

Sebastián Zaiper Barrasa dijo...

Coincido con lo que dice Adrianina, y agrego:

yo auguré que vos ibas a escribir una novela. Esto tiene pinta, al menos de novela corta. Me gustó la idea de que la publiques en capítulos. Después te voy a hacer otra sugerencia...