martes, 27 de diciembre de 2011

Anacrónicas garmondianas


El viernes 25 de noviembre de 2011 se realizó la presentación del libro "Anacrónicas garmondianas", en la sala Augusto Cortazar de la Biblioteca Nacional.



En la presentación participaron Olga Ortega y Mónica Driban, quienes narraron "El inventor" y "Estatua viva" respectivamente.

Ediciones Artilugios
Editor: Sebastián Barrasa
Revisión: Sebastián Olaso
Prólogo: Daniel Leyba
Páginas: 145
Precio: $50.-





Prólogo

     Coronel Garmondia, pueblo insignia entre las decenas que fundara el mayor Alcides Jesús del Huerto Garmondia en la llanura pampeana, ya no será olvidado. No después de que el lector recorra las sorprendentes historias que aquí se relatan.
     Primero se llamó Cincuentenario Patrio, nombre que el mayor eligió precisamente porque lo fundó el 9 de julio de 1866. Pero 10 años después de su muerte, ocurrida en 1868 en un prostíbulo de Último Remanso, y como homenaje a su mentor, Cincuentenario Patrio fue rebautizado Coronel Garmondia.
     Las Anacrónicas Garmondianas son eso, crónicas sin cronología. Cuentos con peso propio que se pueden leer sin respetar su orden de aparición. y que a la vez pueden ser encarados como una ingeniosísima novela.
     Más que como un narrador, Claudio Sylwan se comporta como un parroquiano que se adueña de la mesa y está dispuesto a no ahorrar recursos para atrapar a sus interlocutores. Evita la estridencia y recurre a modales casi siempre circunspectos, recursos que contrastan con su rescate de historias que juegan con el límite de la razón. Y todo lo construye a partir de esa herramienta tan noble que es una buena historia bien contada.
     Último testigo omnisciente del pasado y presente de Garmondia, gran cazador de recuerdos, la prosa de Sylwan se da una vueltita por el realismo mágico, juega con el absurdo y se divierte con las sorpresas. Cuando el final cantado está por llegar, la resolución se dispara para otro lado. El humor es su otro gran aliado.
     Bienvenidos a Coronel Garmondia, entonces. Con esta guía que ahora ayuda a recorrer el lugar no la puede pasar mal. Olvídese de su geografía. Aquí los que importan son sus personajes y sus vivencias.
     Conocerá a Stella Doris Gómez De Finiroli, directora de la escuela principal y dueña de la peluca colorada cuya desaparición provocara uno de los más resonantes casos policiales de Garmondia. O al inventor Eulogio Montes, creador del reductor isofásico, que alterará la naturaleza de la Marga justo cuando sus curvas estaban por representar a los garmondianos en un destacado concurso de belleza. Cuídese de la vieja familia italiana del doctor Alderete. Y no se sorprenda si una mañana todos los pájaros del lugar aparecen dormidos, hieráticos, colgando de los cables. O si un buque de gran porte llega sin explicaciones, y encalla en ese hilo de agua que es el arroyo del pueblo. Tenga mano el tallador que se anime a entrar al “Edén profano”, mucho más que una casa de citas. Y preocúpese si está frente a un caso que sólo puedan resolver Las Mellizas del Susurro.
     A lo largo del libro, el autor no cita documentación ni entrega pistas de cómo les fueron reveladas las historias que decidió compilar. Como al fin y al cabo quedan también al descubierto secretos inconfensables de los habitantes, es comprensible su cuidado por no revelar fuentes.
     Las Anacrónicas Garmondianas llegan para pintar esa pequeña aldea de la llanura pampeana que en verdad es universal. Sylwan, irrumpe en la literatura, sigiloso y firme, con una voz propia amena y contundente, y una imaginación audaz. Logra así un libro que atrapa a medida que el lector va desandando los cuentos, capítulos, crónicas de vida, reflejos de nuestras pampas.
     Bienvenidos a Coronel Garmondia: un lugar en el mundo donde la única rutina es lo impensado.

Daniel Leyba


Texto de contratapa

     Coronel Garmondia: un pueblo sumergido en un tiempo que no es necesario, ni quizás posible definir. Conocidas, inocentes y hasta casi previsibles son las actitudes y miserias de sus habitantes cuando de repente todas las aves de la zona se ven imposibilitadas a despertar de un profundo sueño o cuando la reina de la belleza debe revalidar su título en una contienda de características hilarantes.
Los políticos, el fútbol, el burdel, marinos ingleses, inmigrantes escandinavos y hasta un mercachifle turco se dan cita en estas páginas que, con cierto humor y en forma desprejuiciada, nos hablan de parte de nuestras raíces.
     Anacrónicas garmondianas es una brisa fresca que sopla desde lo más profundo de nuestras inconmensurables pampas.





El libro se puede comprar en:

BALVANERA
    - Ediciones Artilugios
      edicionesartilugios@yahoo.com.ar
      http://www.edicionesartilugios.com.ar/
      Venezuela 2111 (Cap. Fed.)
      4862-6662

CENTRO
    - Menéndez Libros, Paraguay 431
    - Librería Hernández, Corrientes 1436 y Corrientes 1311

SAN TELMO
    - La Libre, Bolívar 646

BARRIO NORTE
    - Librería Santa Fé, Santa Fé 2376  y Santa Fé 2582

PALERMO
    - Librería Santa Fé. Santa Fé 3253, local 2012, Alto Palermo

BELGRANO
    - Librería Santa Fé, Cabildo 605

CONGRESO
    - Librería Santa Fé, Callao 335

INTERNET
Mercado Libre (con envíos a Capital Federal únicamente)
http://articulo.mercadolibre.com.ar/MLA-436507899-anacronicas-garmondianas-claudio-sylwan-_JM





jueves, 17 de junio de 2010

Genio ausente



El amanecer de hoy me encontró caminando por mi playa. Ése es un momento en que verdaderamente se puede disfrutar toda la mansedumbre de los primeros arreboles que envuelven a la ciudad que todo lo devora.
Pero es el Río de la Plata el que siempre me sorprende: su color argentino, su aroma a mar, pero por sobre todo sus playas. Sí, sus playas enormes y doradas, donde impera el canto de los tucanes y el vaivén de las palmeras. Como cada miércoles, el cardumen de las sirenas pasó a saludarme, con sus labios mojados de rouge.
Pero hoy fue distinto. Por casualidad, y casi a riesgo de seguir de largo sin verla, me encontré una botella, que las olas quisieron hacerla llegar a mis pies. Al principio, pensé que podría tratarse de algún genio encerrado, por lo que la froté con la intención de pedir mi deseo más anhelado, pero nada pasó. No me quise dar por vencido, quizás se trataba de un genio al que no le gustaba tanto franeleo, por lo que me dispuse a sacar el tapón. No tengo palabras para expresar mi sorpresa y alegría, ya que en vez de ver salir una nube de humo con la figura de un genio gordo y malhumorado, me encontré algo muchísimo mejor: carta de ella.
Seguí caminando por mi playa. Los pies mojados por las cálidas aguas de junio no hicieron más que recordarme que debía contestar la carta.

jueves, 27 de mayo de 2010

El por qué de los porqués


Desde el domingo último escucho una y otra vez la misma pregunta: ¿por qué?
Al principio fue sólo en el Gigante, luego caminando por las bucólicas callejuelas de Arroyito. Mis seres queridos, mis familiares, mis amigos, mis allegados, conocidos, todos, nos preguntábamos ¿por qué?
La respuesta no se debe hacer esperar. Los festejos bicentenarios, tal vez, hayan servido para poder analizar la cuestión desde una perspectiva más amplia, más abarcativa, más existencial.
Nos fuimos a la "B". El glorioso Rosario Central se fue a la "B", y este hecho de tan ingrata trascendencia merece únicamente la explicación que nos pueda dictar la historia.
¿Alguien se ha detenido a observar que hasta el mismísimo Don Rodrigo Díaz de Vivar tuvo su momento de oscuridad antes de trascender a la gloria perenne? Quien algunos años más tarde fuera el vencedor de los ocupantes moros en Iberia, y que con la sola presencia de su cadáver a la grupa del pingo Babieca, liderase la batalla final, tuvo que partir al ostracismo del destierro. Él también, sí.
El gran Miguel Ángel, ¿quién menos?, creador de las mayores obras de arte de la humanidad, tuvo que exiliarse fuera de su querida Florencia, antes de llegar a soñar siquiera, en el trabajo que le esperaba en la Capilla Sixtina.
Hasta el mismísimo General San Martín, padre innegable del suelo argentino, tuvo su inesperado ocaso en Cancha Rayada, para desde la derrota acometer triunfal con la empresa de comandar el añorado sueño americano.
Como negar lo innegable; si hasta al mejor dibujante, como dijese el entrañable Fontanarrosa, se le vuelca el tintero.
Sabemos que nuestro destino de grandeza es inexorable.
Aceptamos con la hidalguía de quién ha caído derrotado en la batalla, la realidad que nos depara este trance pasajero y nimio.
Resurgiremos con nuestros laureles reverdecidos; lo sabemos.
Renaceremos en la cruzada frente a Boca (Unidos), o en la lid contra el siempre temible tatengue.
Iniciaremos el vuelo desde el tablón de Isidro Casanova o contra el viento en Comodoro.
Retoñaremos desde la grama de Caballito o desde la policromía de los cerros jujeños.
Ni siquiera nos detendremos, como dijera el Gran Lama, cuando en estas pampas se nos llame "El Barcelona de la Argentina", ¡no! sino que no cejaremos en nuestra lucha hasta el día en que al Barcelona se lo denomine "El Rosario Central de España"

Central sic transit gloria mundi

martes, 23 de marzo de 2010

Reloj, no marques las horas


—¡Buenas! ¿Me podría decir la hora?
—Sí; como no: "la hora"
—¡No! Quisiera que me diga la hora, la hora que marca su reloj.
—¡Ah! Ahora sí. Las 7:30.
—¿Cómo las 7:30? Si estamos cerca del mediodía.
—Lo que pasa es que ayer se quedó sin baterías.
—Bueno..., lo hubiera dicho desde un principio.
—Ud. quiso saber la hora que indicaba mi reloj, no el estado de las baterías
—¿Y porqué no le cambia las baterías?
—¿Para qué?
—¿Cómo para qué? Para saber la hora.
—Pero era usted el que quería saber la hora, no yo.
—Bueno, pero... ¿no le interesa saber que hora es?
—Por supuesto, son las 7:30.
—No hombre, su reloj no funciona, es cerca del mediodía.
—Para usted. Para mí son las 7:30 hs.
—Pero, ¿Qué le pasa?
—Es que he decidido estancarme en el tiempo.
—¿¡Cómo!?
—Sí. De ahora en más ya no tendré apuro, ni pereza.
—Pero el tiempo no se puede detener...
—No crea, es más fácil de lo que piensa.
—Definitivamente, usted está delirando.
—¿Me creería si le digo que ya no llego tarde a mis citas?
—No le creo.
—Ya no es ni tarde ni temprano, sólo las 7:30 hs.
—¡Esto es imposible!
—¿Cómo imposible?
—Sí, esto es una total pérdida de tiempo.
—No. Yo no tengo perdido mi tiempo
—Usted no sabe nada.
—Sí, sé que en mi reloj son las 7:30 hs.
—¿Y?
—Y que usted está tratando de averiguar que hora es.

lunes, 15 de marzo de 2010

Inolvidablemente ahora



Creía que si no pensaba en ella podría olvidarla fácilmente. Pero no: me sale por todos lados.
Comenzó como una simple exhalación. Salió un poco tibia al principio y me fue envolviendo. Y eso que yo no pensaba en ella ni aún cuando la extrañaba.
Siguió saliendo en libros y en periódicos. Era su nombre en anuncios de moda, en resultados de fútbol y hasta en los colofones de las ediciones más recónditas.
En la tele me apareció una sola vez, pero fue en una película de amor de tres horas de duración. Para cuando su voz emergió por la radio, yo ya estaba tan acostumbrado que no me sorprendió.
Ahora se me aparece en éste mismo papel, blanca y desnuda. Pero ya aprendí: la tapo con todas las letras que pueda.
Lo que aún no sé es si la escondo o si la abrigo.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Insólito episodio de hombre con pijama bordó



Los besos de la maga aún le ardían en los labios cuando abrió la puerta de su casa a oscuras. No quiso, ni tampoco necesitó encender la luz. El reflejo pálido de la luna llena, ocupaba cada espacio del living vacío. La agradable penumbra lo acompañó hasta que se echó en la cama y de dispuso a dormir. La jornada había sido larga y llena de emociones.
Dio vueltas en la cama sin poder conciliar el sueño. La imagen de ella y el placentero recuerdo de sus besos no lo abandonaron. Miró el reloj varias veces, pudiendo medir de esa forma las horas que aún podría aprovechar a dormir, si era que el sueño en algún momento le llegaba. No se sentía cansado, muy por el contrario, una sensación de placidez lo envolvía por completo.
El agrio sonido del despertador no lo sobresaltó. Después de toda una noche de insomnio, ya deseaba que la hora de levantarse llegase aliviadora. Pasó el día pensando en ella. Ni siquiera se asombró cuando después del almuerzo no sintió esa especie de modorra que lo atacaba diariamente, luego de un rato de estar sentado en su escritorio.
Durante la segunda noche sin dormir un pensamiento amenazador lo comenzó a preocupar, sin embargo el solo recuerdo de aquellos labios mágicos le hicieron reposar en tranquilidad, sin pegar un ojo.
Al día siguiente la llamó por teléfono. La esperó en la esquina de su casa.
A la semana sin poder dormir, le mandó un telegrama.
Al mes, comenzó a pegar cartelitos con su búsqueda en los alrededores de su barrio y de su trabajo.
Ya no le importaba no dormir. Después de todo no se sentía cansado, y últimamente aprovechaba el tiempo nocturno en adelantar trabajo para su oficina, lo que le había significado un aumento considerable de sueldo por su mejora en la producción de tareas burocráticas. Mucho no le importó; era la búsqueda de ella y el deseo de nuevos besos lo único que motorizaba su voluntad.
A los tres meses vendió la cama. Le ocupaba espacio y ya no tenía ningún sentido su presencia en aquel cuarto. La almohada se la dio al gato, para el total desconcierto del animal, que más de una vez había sido castigado por haberse acostado sobre ella. Al pijama bordó, lo clavó con chinches a la pared, para que le recordara aquellos tiempos en que solía malgastar las horas de la noche en la improductiva tarea de dormir.
Sacó avisos de búsqueda, incluso con una jugosa recompensa económica, en los principales diarios de la ciudad. Acudió a los canales de televisión y mandó mensajes a la radio suplicando datos de su paradero.
Instaló en su casa una computadora con la tecnología más avanzada. Y cuando nada pudo encontrar, contrató los servicios de un famoso detective privado, de una vidente de la farándula y de un sabueso que poseía un increíble historial de rastreos exitosos. Deambuló durante días y noches por los sectores más olvidados de la ciudad. Conoció una enorme cantidad de personas de las más disímiles calañas. Cazó un sinnúmero de sapos, para besarlos desenfrenadamente, no con la intención de romper el hechizo, sino con la incierta esperanza de que alguno se convirtiera en su añorada maga.
Estuvo a punto de darse por vencido, una tarde frente al río. Se sacó los zapatos mientras el estruendoso rugir de un avión al aterrizar no le desvió su atención. Se sacó la ropa y se vistió con su viejo pijama, mientras la gente se comenzaba a congregar a su alrededor. Cuando se trepó a la baranda de la Costanera algunos intentaron disuadirlo de su intención.
Los testigos juran y perjuran que el hombre del pijama bordó saltó hacia el río, justo en el momento en que uno de los guardias de seguridad del Aeroparque intentó tomarlo de sus pies. Juran y perjuran que nadie lo vio caer al agua. Juran y perjuran que desapareció en el aire, mientras llamaba desesperadamente a alguien con nombre de maga.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Gracia plena



—¿Su gracia?
—Ahora me toma por sorpresa, pero le podría contar que me sé de memoria las primeras quince páginas de la guía telefónica.
—No señor..., su nombre.
—Recién está en la página 233. Me va a tomar un tiempo más.
—Necesito saber como se llama.
—Buena memoria, se llama.
—¿Usted me está tomando el pelo?
—Más quisiera usted, ya casi no le quedan.
—Bueno mire, mejor regresa cuando tenga ganas de contestar seriamente.
—No he dejado de contestar ni a una sola de sus preguntas. Y que yo sepa, con la mayor de las seriedades.
—¿La conoce?
—¿A quién?
—A Luz Seriedades, la mayor de las cuatro hermanas. Entre nosotros, la más linda ¿no?
—Y usted... ¿es algo de ella?
—¡Sí! Soy su contador.
—¿Contador de qué?
—¿Cómo contador de que? Contador, su contador de confianza.
—Ah... hubiera empezado por ahí. ¿Y cuántas confianzas le lleva contadas?
—No ve que usted no entiende nada. Contador, le hago sus declaraciones.
—¿Quién lo hubiera dicho de Lucita? Tan seria que parecía, andar declarándose por ahí, con libreto ajeno, cuando más de dos años de casada lleva.
—Sí, en realidad a su marido le llevo los libros.
—¿De dónde a dónde?
—No, los asientos, la caja.
—¿Es carpintero?
—Si, soy el contador de su carpintería.
—¡Vio! Hablando se entiende la gente.
—Ah... mire que gracia.