domingo, 7 de septiembre de 2008

El lago del ocaso (2/5)

II- AGUSTINA

Agustina no se podía explicar a sí misma muchas cosas. Algunas más trascendentes, otras más triviales, pero este viaje, por el contrario, tenía para ella varias explicaciones. En primer lugar, planeaba realizar el viaje de campo de su tesis de licenciatura sobre el habitat de piedemonte andino y las aves de migración estacional. En segundo lugar, alejarse de Mariano, con quién había terminado una intensa relación a causa de su constante inclinación por seducir a sus amigas. Y en tercer lugar, porque nunca pudo perdonar a sus padres haberla dejado olvidada en este pueblo hacía quince años atrás. Con esa carga de futuro, presente y pasado, respiró el fresco aire andino plena de emoción, al descender del micro en la simpática estación terminal del pueblo.
Sus reservas vía internet habían funcionado a la perfección. La señora a cargo del lugar la esperaba con el hogar de la cabaña despidiendo dorados aromas de fuego y fragancias de madera. Apenas hubo quedado sola, se sentó en el sofá para solamente deleitarse con las luces y el sonido de las chispas que ocupaban todo su universo. Por un momento imaginó que no necesitaba nada más para ser feliz.
Miró el reloj. Todavía faltaba más de una hora para la cita con él. Tendría tiempo de darse un baño y cambiarse. Cuando se estaba agachando para levantar su mochila, sonó su celular. Vio que era su madre la que llamaba y su rostro cambió de semblante repentinamente. Contestó a regañadientes, y le comunicó que había llegado bien y que por favor, no la estuviera llamando a cada rato, que ya era grande y no se sentía bien con el constante seguimiento que le mostraban tanto ella como su padre.
Antes de entrar en la ducha volvió a mirar su reloj. La ansiedad por conocerlo y lo inminente del encuentro, la habían puesto nerviosa. Las cinco; todavía tenía suficiente tiempo, pensó con cierto alivio.
Se bañó mientras que a través de una pequeña ventana espiaba el lago, que se adivinaba al fondo del bosque. Los rayos del sol, y la brisa que hacía ondular las ramas, le imprimían al panorama un dinámica incesante, de luces y sombras que se entrecruzaban sin solución de continuidad. Pudo percibir la presencia de abundantes aves, algunas permanentes, y otras migratorias, que eran las que, justamente, la habían hecho decidir el tema de su estudio. En el momento que desvió su vista para cerrar las canillas, creyó ver una silueta cruzar por debajo de la pequeña ventana. Se puso en puntas de pies, con la intención de observar con más detalle el exterior, pero no pudo reconocer nada que no estuviera acorde con aquel paisaje extraordinario.
En ese mismo instante volvió a llamar su celular. Salió mojada de la ducha, pero cuando notó que era una llamada de Mariano, dejó que su teléfono continúe sonando sin respuesta.
Regresó a la ducha con un dejo de mal humor. Esa llamada, o intento de llamada, la había hecho recordar todos esos momentos de desdicha y frustración con su anterior pareja. Sin embargo, el solo pensamiento de la pronta llegada de él, le cambió el humor.
Terminó de ducharse con tranquilidad. Se vistió con aquel pantalón y aquella blusa, que hacía largo rato había decidido ponerse después de varias indecisiones. Notó que su pelo aún estaba algo húmedo y tomó una toalla para terminar de secarlo.
En ese momento, puntualmente, golpearon la puerta.

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