jueves, 17 de junio de 2010

Genio ausente



El amanecer de hoy me encontró caminando por mi playa. Ése es un momento en que verdaderamente se puede disfrutar toda la mansedumbre de los primeros arreboles que envuelven a la ciudad que todo lo devora.
Pero es el Río de la Plata el que siempre me sorprende: su color argentino, su aroma a mar, pero por sobre todo sus playas. Sí, sus playas enormes y doradas, donde impera el canto de los tucanes y el vaivén de las palmeras. Como cada miércoles, el cardumen de las sirenas pasó a saludarme, con sus labios mojados de rouge.
Pero hoy fue distinto. Por casualidad, y casi a riesgo de seguir de largo sin verla, me encontré una botella, que las olas quisieron hacerla llegar a mis pies. Al principio, pensé que podría tratarse de algún genio encerrado, por lo que la froté con la intención de pedir mi deseo más anhelado, pero nada pasó. No me quise dar por vencido, quizás se trataba de un genio al que no le gustaba tanto franeleo, por lo que me dispuse a sacar el tapón. No tengo palabras para expresar mi sorpresa y alegría, ya que en vez de ver salir una nube de humo con la figura de un genio gordo y malhumorado, me encontré algo muchísimo mejor: carta de ella.
Seguí caminando por mi playa. Los pies mojados por las cálidas aguas de junio no hicieron más que recordarme que debía contestar la carta.

jueves, 27 de mayo de 2010

El por qué de los porqués


Desde el domingo último escucho una y otra vez la misma pregunta: ¿por qué?
Al principio fue sólo en el Gigante, luego caminando por las bucólicas callejuelas de Arroyito. Mis seres queridos, mis familiares, mis amigos, mis allegados, conocidos, todos, nos preguntábamos ¿por qué?
La respuesta no se debe hacer esperar. Los festejos bicentenarios, tal vez, hayan servido para poder analizar la cuestión desde una perspectiva más amplia, más abarcativa, más existencial.
Nos fuimos a la "B". El glorioso Rosario Central se fue a la "B", y este hecho de tan ingrata trascendencia merece únicamente la explicación que nos pueda dictar la historia.
¿Alguien se ha detenido a observar que hasta el mismísimo Don Rodrigo Díaz de Vivar tuvo su momento de oscuridad antes de trascender a la gloria perenne? Quien algunos años más tarde fuera el vencedor de los ocupantes moros en Iberia, y que con la sola presencia de su cadáver a la grupa del pingo Babieca, liderase la batalla final, tuvo que partir al ostracismo del destierro. Él también, sí.
El gran Miguel Ángel, ¿quién menos?, creador de las mayores obras de arte de la humanidad, tuvo que exiliarse fuera de su querida Florencia, antes de llegar a soñar siquiera, en el trabajo que le esperaba en la Capilla Sixtina.
Hasta el mismísimo General San Martín, padre innegable del suelo argentino, tuvo su inesperado ocaso en Cancha Rayada, para desde la derrota acometer triunfal con la empresa de comandar el añorado sueño americano.
Como negar lo innegable; si hasta al mejor dibujante, como dijese el entrañable Fontanarrosa, se le vuelca el tintero.
Sabemos que nuestro destino de grandeza es inexorable.
Aceptamos con la hidalguía de quién ha caído derrotado en la batalla, la realidad que nos depara este trance pasajero y nimio.
Resurgiremos con nuestros laureles reverdecidos; lo sabemos.
Renaceremos en la cruzada frente a Boca (Unidos), o en la lid contra el siempre temible tatengue.
Iniciaremos el vuelo desde el tablón de Isidro Casanova o contra el viento en Comodoro.
Retoñaremos desde la grama de Caballito o desde la policromía de los cerros jujeños.
Ni siquiera nos detendremos, como dijera el Gran Lama, cuando en estas pampas se nos llame "El Barcelona de la Argentina", ¡no! sino que no cejaremos en nuestra lucha hasta el día en que al Barcelona se lo denomine "El Rosario Central de España"

Central sic transit gloria mundi

martes, 23 de marzo de 2010

Reloj, no marques las horas


—¡Buenas! ¿Me podría decir la hora?
—Sí; como no: "la hora"
—¡No! Quisiera que me diga la hora, la hora que marca su reloj.
—¡Ah! Ahora sí. Las 7:30.
—¿Cómo las 7:30? Si estamos cerca del mediodía.
—Lo que pasa es que ayer se quedó sin baterías.
—Bueno..., lo hubiera dicho desde un principio.
—Ud. quiso saber la hora que indicaba mi reloj, no el estado de las baterías
—¿Y porqué no le cambia las baterías?
—¿Para qué?
—¿Cómo para qué? Para saber la hora.
—Pero era usted el que quería saber la hora, no yo.
—Bueno, pero... ¿no le interesa saber que hora es?
—Por supuesto, son las 7:30.
—No hombre, su reloj no funciona, es cerca del mediodía.
—Para usted. Para mí son las 7:30 hs.
—Pero, ¿Qué le pasa?
—Es que he decidido estancarme en el tiempo.
—¿¡Cómo!?
—Sí. De ahora en más ya no tendré apuro, ni pereza.
—Pero el tiempo no se puede detener...
—No crea, es más fácil de lo que piensa.
—Definitivamente, usted está delirando.
—¿Me creería si le digo que ya no llego tarde a mis citas?
—No le creo.
—Ya no es ni tarde ni temprano, sólo las 7:30 hs.
—¡Esto es imposible!
—¿Cómo imposible?
—Sí, esto es una total pérdida de tiempo.
—No. Yo no tengo perdido mi tiempo
—Usted no sabe nada.
—Sí, sé que en mi reloj son las 7:30 hs.
—¿Y?
—Y que usted está tratando de averiguar que hora es.

lunes, 15 de marzo de 2010

Inolvidablemente ahora



Creía que si no pensaba en ella podría olvidarla fácilmente. Pero no: me sale por todos lados.
Comenzó como una simple exhalación. Salió un poco tibia al principio y me fue envolviendo. Y eso que yo no pensaba en ella ni aún cuando la extrañaba.
Siguió saliendo en libros y en periódicos. Era su nombre en anuncios de moda, en resultados de fútbol y hasta en los colofones de las ediciones más recónditas.
En la tele me apareció una sola vez, pero fue en una película de amor de tres horas de duración. Para cuando su voz emergió por la radio, yo ya estaba tan acostumbrado que no me sorprendió.
Ahora se me aparece en éste mismo papel, blanca y desnuda. Pero ya aprendí: la tapo con todas las letras que pueda.
Lo que aún no sé es si la escondo o si la abrigo.