lunes, 10 de agosto de 2009

Sin amarras


Sin soltarse las manos bajaron al camarote principal. Embriagado por su perfume y el balanceo de sus caderas al bajar la escalerilla, él abrazó su cintura. Embebida por el perfume a madera y bronce de aquel ambiente que se mecía suavemente, ella se dejó llevar. El beso no los sorprendió. Los encontró apresurados por besar más besos, todos juntos y sin demora. Sus manos no recorrieron más de lo que no quisieron recorrer. Las espaldas humedecidas no fueron impedimento para acariciar todos y cada uno de los espacios buscados. A la espera de palpar más lugares, él la tomó por la espalda. Con los labios recorriendo su cuello, sus manos, ambiciosas de indagar, encontraron una renovada avidez al posarse sobre sus pechos, palpitantes. Un suspiro espeso y complaciente se coló en sus ojos entrecerrados. Él, sintió sus latidos acentuados y solícitos, salir al aire y buscar fuego. Ella, no tuvo más sed, se ahogaba en mil deseos.
Al momento en que sonó la sirena de un barco lejano, él terminaba con los botones de su blusa. Al momento que se abría el último botón, ella arrancaba su camisa con certera pericia. De allí en más, ya no hubo más prisa ni prudencia, sólo una búsqueda incontenible de torsos y talles, de salientes y oquedades. Las cuatro manos parecían ejecutar un conocido concierto, que de tan nuevo no aceptaba ensayos. Casi sin palabras, casi con murmullos sin sentido, se agradecieron cada gesto, cada lugar explorado. Él demoró mil tardes en recorrer su cuerpo con su boca descomedida. Ella prorrogó el instante de hospedar al hombre en su rocío hembra. Y lo sintió candente, y entendió su urgencia de envolverla toda.
Él se sintió ingresando en un vergel pagano. Ella lo esperó serena y desvergonzada. Se colmaron de placeres, de gritos y de libidos ardientes. Él le quiso dar más que una intrusión de gozo, ella lo hospedó gozosa en su lugar más suyo . Y cuando por fin el rayo se fundió en sus cuerpos cayeron abrazados en la litera revuelta.
Él la abrazó sabiendo que se había detenido su almanaque. Ella se dejó abrazar pensando en comprar el cupo de sus días.

2 comentarios:

Greco Rótolo dijo...

Hola Claudio, felicitaciones por la publicación en Cantares de la incordura. Es un placer compartir dicha publicación con vos.

Un fuerte abrazo, Rubén.

Claudio S. dijo...

Gracias Rubén, mutuo placer.
Abrazo fuerte.