lunes, 2 de junio de 2008

Lunes


Después de un fin de semana pleno de cariño y música, la alarma del reloj sonó alegre, pese al frío y la oscuridad de ese lunes.
Durante los últimos días había estado pensando en nuevos proyectos, tanto personales como laborales para llevar a cabo. La libertad que ejercía en su vida era algo que valoraba mucho, y lo creativo de su actividad, lo obligaba al desafío permanente de innovar y renovar.
Ese lunes llegó a la oficina con una vitalidad especial, no veía la hora de prender su computadora y comenzar a desarrollar esas ideas que habían ido madurando en su cabeza durante los últimos días.
Tomó el café habitual, el de la primera hora, junto con algunos compañeros. Comentaron las últimas novedades del país y del tiempo, y como ese fin de semana su equipo de fútbol había ganado, fue él quién tocó el tema deportivo, aquel lunes.
Pasó las primeras horas de la mañana sumido en su proyecto, frente a la pantalla de la computadora. Un rato antes del horario de salir a almorzar, sonó el teléfono. La señora que lo ayudaba con las tareas de la casa, había recibido de manos del cartero un sobre manuscrito a su nombre, y quería hacerle conocer este hecho inusual, como si estuviera imaginando lo trascendente de su contenido. Le dijo que pusiera la carta en el primer cajón del escritorio, con palabras que veladamente mostraron su desconcierto. ¿Quién podría haberle mandado una carta hoy en día? pensaba intrigado, sabiendo que todo su universo de contactos y relaciones se movía en la actualidad por medio del correo electrónico, si es que no por teléfono.
Al retornar a su casa, lo primero que hizo fue ir al escritorio a develar la curiosidad acumulada a través de las horas. Abrió el primer cajón de su escritorio y allí estaba la carta. El sobre tenía su nombre y dirección, pero no mostraba remitente. No le fue difícil reconocer la letra de ella. Antes de abrirla, observó que había sido despachada temprano, esa misma mañana, con entrega urgente.
Se sentó, abrió con prolijidad el sobre, como postergando el momento, y comenzó a leer. El mensaje estaba escrito en el primer par de renglones, todo lo demás era justificación de lo que ella no sería capaz. Un sinfín de palabras para explicar, que se quedaba en tierra, por un raro designio que él no alcanzaba a entender. Que el vuelo, decía, que tanta libertad, no habían sido hechas a su medida. Leyó y releyó la carta, analizó cada uno de sus pasajes sacando conclusiones e interpretaciones. Le dolió lo epistolar, lo defraudó el silencio.
Inhaló profundamente, como tratando de digerir esa hiriente revelación manuscrita. Al exhalar, un espeso humo negro comenzó a brotar de su boca.
Conmocionado por lo repentino de la situación, se tomó el cuello e intentó taparse la boca. Desafiante, un hilo fino de humo lograba salir por entre sus dedos y ganar el aire. No dolía, sólo impresionaba. Confundido por la situación trató de sentir algún indicio que le indicara un funcionamiento incorrecto de su cuerpo. Tacto, vista, incluso su respiración, parecían estar en perfecto estado. Se obligó a calmarse, y la sugestión fue disminuyendo. Permaneció sentado y comenzó notar que a medida que continuaba respirando, el humo iba siendo cada vez menos espeso. Al cabo de unos minutos ya era casi imperceptible. Sin embargo, una espesa nube negra comenzaba a dar vueltas por sobre su cabeza, crecía y parecía no extinguirse. Creyó entrever que el humo formaba figuras enigmáticas de fantasmas y otros monstruos. Con total falta de calma fue al baño para verse frente al espejo. Si, allí seguía la nube, tranquila ahora, pero con cierto movimiento oscuro, tal vez aún amenazante. Estuvo un rato observándose, levantó los brazos y los agitó con la intención de despejar el humo, pero éste sólo se adelgazaba un poco para volver a hacerse más denso después de unos segundos.
Pensó en ella. La nube comenzó a encresparse, soltaba por momentos intimidantes relámpagos de ira. Con temor y cautela regresó al escritorio. Replegó la carta y la introdujo en el sobre. Volvió a abrir el primer cajón de su escritorio y guardó la carta.
La nube, seguía en su constante transformación. Ahora moldeaba flechas que volaban frenéticamente a su alrededor.
Cerró el cajón con decisión y firmeza. La nube, entonces, dibujó primero una ronda de notas musicales, claves de sol y corcheas, para comenzar a disolverse muy lentamente.

No hay comentarios: