sábado, 7 de junio de 2008

Arácnidos


Durante lo que les restó de vida y hasta sus últimos instantes, las palabras de aquella gitana no dejaron de perseguirlos.
Todo había comenzado una tarde de domingo de aquel inolvidable verano. Ricardo y Carla hacían su primera salida desde que vivían juntos. Habían ido a visitar la feria de atracciones que hacía unas semanas se había instalado en la ciudad. La tarde había sido maravillosa, se entretuvieron con la montaña rusa y el tren fantasma, y pudieron demostrar sus habilidades en los juegos de tiro al blanco y lanzamiento de pelotas para derribar latas. La tarde se iba convirtiendo en noche, y la temperatura se tornaba muy agradable, cuando decidieron dar por terminado el paseo. Se dirigieron a la salida del predio llevando consigo aquel gigantesco oso peluche como trofeo.
Ricardo había conocido a Carla en el tren. Cuando consiguió aquel trabajo en un comercio del centro comenzó a tomar el que pasaba a las 7:02 por aquella estación de suburbio de la gran ciudad. Desde el primer día notó su presencia en la estación. Siempre sola, se paraba junto a un farol del andén para aprovechar la luz y poder continuar la lectura de su libro. Con el transcurso de los días, ya Ricardo esperaba su presencia y hasta se preocupaba los días en que ella no acudía a esa cotidiana cita de desconocidos. Durante semanas no encontró Ricardo la forma de entablar una conversación que pareciera casual, o al menos no forzada. Sin embargo, él había percibido algunas miradas que le hacían creer, que ella empezaba a notar su diaria presencia. Hasta que un día, de forma totalmente casual -eso quiso creer Ricardo-, Carla trastabilló en el andén dejando escapar el libro de sus manos. Al agacharse a tomar el libro, no pudo Ricardo dejar de notar que se trataba de una novela de Kundera .
-¡No! ¿a vos también te gusta?- le preguntó tímidamente poniendo su dedo índice sobre el nombre del autor. De allí en más no pararon de hablar durante todo el trayecto. Ese mismo día, se encontraron en un café del centro después del horario de trabajo. Intercambiaron vivencias, historias y teléfonos. Se despidieron tarde, con la certeza de estar inmersos en una gran atracción recíproca. El tren diario, tomarla de la mano, y aquel beso primero, fueron el corto camino a un amor tan pasional como inesperado.
Se podía decir que se habían estado esperando mutuamente. Casi agazapados ante la vida, al conocerse, se lanzaron el uno hacia el otro en forma tan natural como espontánea, como si supieran que el otro era a quién estaban esperando.
Los últimos meses, habían comenzado a hablar de convivir. Si bien, hasta allí, todo era ideal entre ellos, interiormente se preguntaban cómo sería traspasar el gran abismo que separa una relación de dos domicilios a una bajo el mismo techo. Era un tema que los mantenía en charlas interminables, que invariablemente culminaban sin la menor conclusión.
-Hay que darle para adelante, y ponerle el pecho a la vida- decía Ricardo ante una más moderada Carla que con dulzura le repetía:
-¡No! es una construcción diaria, que se hace con amor y comprensión.
Y fue así como ese domingo al encaminarse hacia la salida de la feria, se encontraron con la gitana que les ofreció leerles el destino. Ricardo quiso seguir caminando sin siquiera contestar a la oferta, pero Carla pensó que era una buena oportunidad para que les dijeran lo venturoso que se veía el recién comenzado futuro en común. Con una simple mirada convenció a su compañero. La gitana tenía ojos muy grandes y abiertos, que pese a su tamaño, parecían no pestañear jamás. Con tono serio, y con total falta de simpatía, los invitó a ingresar en la carpa donde atendía al público. Carla y Ricardo entraron de la mano y se sentaron frente a la gitana. En el lugar abundaban todos los clásicos objetos del mundo de la quiromancia: barajas, inciensos, una esfera de vidrio y hasta un gran búho embalsamado. A pedido de la gitana, Carla y Ricardo le extendieron sus manos derechas y desconcertados escucharon a la gitana recitar unas cadenciosas letanías en un idioma desconocido. Al culminar esta ceremonia, la gitana abrió sus ojos y ante la luz de una vela comenzó a escudriñar el destino escrito en las manos de la pareja. Al cabo de unos segundos, la cara de la gitana se tornó alterada y sorprendida, con un rápido movimiento tomó con sus manos las de ellos y las juntó, cerrándolas entre las suyas. Este gesto no programado, que al parecer no era parte de la rutina de la adivinación, tomó por sorpresa a los novios que preguntaron casi al unísono que era lo que estaba sucediendo.
-¡Lo he visto, lo he visto!- decía la gitana sin parar de repetir esa inquietante frase.
-¡Por favor! ¡díganos qué es lo que ha visto!- le pidió Carla casi implorando. Al principio, la gitana se sumió en un profundo silencio y su cara se tornó desencajada. Se paró de repente, tomó un gran crucifijo entre sus manos y con gesto solemne y aterrador les dijo:
-La señora de negro, vestida de araña, los va a encontrar muy pronto-.
Totalmente sorprendidos y atemorizados por las palabras que acababan de escuchar, Carla y Ricardo se pararon y comenzaron a retirarse, como si de esa forma pudieran terminar con esta situación que parecía una broma de mal gusto. Ya a unos metros de la carpa, escucharon a la gitana que a los gritos les pedía que esperasen un momento. Con un gesto alterado, que parecía haberla hecho envejecer años, les entregó un par de monedas de plata, pidiéndoles por favor que no las separen nunca, que quizás esto los ayudara a superar el destino escrito en las palmas de sus manos.
Caminaron horas sin decirse palabra. Llegaron tarde y no cenaron. Ya en la cama, fue Ricardo el que habló primero.
-Me imagino que no creerás en absoluto lo que nos dijo- masculló con pretendida despreocupación.
-No, creer no creo, pero te confieso que esto me ha dado un miedo que nunca antes había sentido- susurró Carla sin mirarlo.
-Por las dudas, puse las dos monedas en la cajita del aparador- le dijo a modo de buenas noches.
Durante horas permanecieron acostados en silencio. Ambos con sus miradas clavadas en el cielorraso a oscuras, cada uno siendo conciente de la incómoda vigilia del otro.
Un grito aterrador hizo que Ricardo se despierte sobresaltado y aturdido esa mañana. Encontró al instante a Carla parada en el rincón opuesto de la habitación, cubierta por una sábana, llorando de espanto, con su vista y su dedo índice apuntando hacia arriba. La enorme araña negra que había horrorizado a Carla, se movía lentamente por el cielorraso. De un repentino salto, Ricardo subió a la cama y con una almohada aprisionó a la araña. Con su puño golpeó con furia la almohada, justo en el sector donde calculaba que se encontraba su presa. Finalmente, llevó la almohada plegada al baño, y ambos constataron que el animal se encontraba muerto. Al apretar el botón del inodoro, vieron como el remolino de agua se lo llevaba.
Dominados por la creencia popular de que las arañas andan siempre de a dos, ese día no fueron a trabajar. Comenzaron por las alacenas de la cocina, continuaron por los taparrollos de las ventanas, siguieron por los roperos, y cuando vieron que lo único que les faltaba era buscar dentro de los sillones y el colchón de la cama, se sentaron en el piso y se miraron sin poder entender toda esa frenética búsqueda. Optaron por hacer cierto orden y colocar veneno y cebos por toda la casa.
Pasaron la noche en un hotel. Tuvieron una larga conversación en la que trataron de explicarse este enloquecimiento que los había invadido desde su encuentro con la gitana. Tomaron la decisión de ir al día siguiente a la feria y ver que podían averiguar con esa señora. Fuese cual fuese el resultado de la charla, se comprometieron a tomarse unos días de vacaciones en forma inmediata. Este estado de alteración en el que se veían sumergidos, bien podía estar aumentado por la intensidad en la que habían vivido las últimas semanas.
-Si, lo mejor sería tomarse unos días, lejos de la ciudad, y olvidar toda esta pesadilla- acordaron ambos.
Fue una gran decepción, la mañana siguiente, cuando llegaron al predio donde había estado instalada la feria tan sólo dos días antes. Ahora, ya no había ni rastros de la misma. Preguntaron a los vecinos quienes creían haber escuchado que se habían trasladado al Uruguay. Hicieron como si la noticia no los hubiese afectado y decidieron comenzar de inmediato con las planeadas vacaciones.
Habían tomado la decisión de ir a un lugar en donde no hubiese arañas. Para ello visitaron la biblioteca del museo entomológico donde pudieron investigar, que la altura, y los climas muy áridos y secos no eran favorables para el desarrollo de los arácnidos. Fue así como, con el trasbordo del ómnibus en la ciudad de Mendoza, arribaron a Uspallata dos días después.
Se alojaron en el Gran Hotel, una hermosa edificación que si bien había tenido sus días de esplendor en la década del cincuenta, aún se mantenía en buena forma: un hotel limpio y bien atendido. Pudieron descansar y disfrutar de distendidos paseos bajo el colosal marco de Los Andes y sus celestísimos cielos. No dejaron de preguntar a toda persona de la zona sobre la presencia de arañas, y se tranquilizaron con todas y cada una de las respuestas:
-No, en esta zona no hay arañas-.
Esa mañana, el día se presentaba diáfano y claro como ninguno. Tenían programado salir temprano para aprovechar el último día de su estadía en la montaña. Se dirigieron a desayunar, y se sentaron en una mesa central del salón señorial, que prontamente iría a llenarse de turistas apurados y ruidosos.
Al principio percibieron algo extraño, pero creyeron que sólo había sido una rara sensación. A los pocos segundos, el temblor estalló con toda su intensidad y fuerza. Nunca antes habían estado en un terremoto, y el furioso movimiento los tomó por sorpresa. Carla no podía levantarse de su silla, y Ricardo, con gran dificultad, pudo llegar hacia ella ayudándose con sus rodillas. La tomó de la cintura, la llevó hacia él y la abrazó contra el suelo. Todo era ruido, miedo e interminables sacudidas. A través del polvo que empezaba a invadir el ambiente, Carla y Ricardo vieron como desde el techo del salón se desprendía y caía hacia ellos la gigantesca araña de caireles negros, orgullo del hotel.
Los encontraron abrazados y sin vida.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Siempre un deleite sus historias geniales. Yo las espero porque me hacen jugar con la imaginación y como usted bién sabe, mi imaginación vuela...
Madeleine

Claudio S. dijo...

Gracias por tus palabras. Me alegro que te gusten mis cuentos.
Hasta el próximo, entonces.

Anónimo dijo...

Me dejó sin palabras, tu cuento.
Muy bueno!