jueves, 17 de junio de 2010

Genio ausente



El amanecer de hoy me encontró caminando por mi playa. Ése es un momento en que verdaderamente se puede disfrutar toda la mansedumbre de los primeros arreboles que envuelven a la ciudad que todo lo devora.
Pero es el Río de la Plata el que siempre me sorprende: su color argentino, su aroma a mar, pero por sobre todo sus playas. Sí, sus playas enormes y doradas, donde impera el canto de los tucanes y el vaivén de las palmeras. Como cada miércoles, el cardumen de las sirenas pasó a saludarme, con sus labios mojados de rouge.
Pero hoy fue distinto. Por casualidad, y casi a riesgo de seguir de largo sin verla, me encontré una botella, que las olas quisieron hacerla llegar a mis pies. Al principio, pensé que podría tratarse de algún genio encerrado, por lo que la froté con la intención de pedir mi deseo más anhelado, pero nada pasó. No me quise dar por vencido, quizás se trataba de un genio al que no le gustaba tanto franeleo, por lo que me dispuse a sacar el tapón. No tengo palabras para expresar mi sorpresa y alegría, ya que en vez de ver salir una nube de humo con la figura de un genio gordo y malhumorado, me encontré algo muchísimo mejor: carta de ella.
Seguí caminando por mi playa. Los pies mojados por las cálidas aguas de junio no hicieron más que recordarme que debía contestar la carta.