martes, 10 de marzo de 2009

Verde esmeralda



Abrió la alacena y retiró una lata de arvejas. Notó con sorpresa, que una fina pero larga hilera de hormigas desfilaba por detrás de los comestibles. Recordó que por la tarde debía ir al supermercado y anotó mentalmente la compra de veneno para hormigas. Igualmente, no se privó de aplastar a unas cuantas con la base de una bolsa de arroz, mientras veía casi con felicidad como el pánico había contagiado a las restantes.
Decidió darse una ducha antes de salir a hacer las compras. Por segunda vez en el día volvió a encontrarse con una hilera de hormigas que cruzaban la bañadera de punta a punta. Abrió la canilla y observó con algo de deleite, como los pequeños insectos iban siendo atrapados y engullidos por el remolino que las enviaría al desagüe. Esto lo entretuvo largos minutos, hasta que la dispersión de los insectos fue tanta que no pudo alcanzar a ninguna más sin tener que pararse del borde le la bañera. Al instante recordó que no debería olvidar de comprar el veneno.
Al regresar a su casa con las compras, notó nuevamente algunas hormigas que daban vueltas por el acceso a la puerta principal. Pisó con saña algunas de ellas mientras pensaba en la inusual y repentina aparición de los insectos, casi una ocupación de un día para otro. Recordó la bolsa del veneno en polvo, de estridente color verde esmeralda, que había comprado recientemente y se deleitó con la sola idea de exterminarlas. En horas de la mañana daría fin a esta incipiente invasión, pensó con siniestra alegría.
Esa noche se retiró a dormir con cierto desasosiego. Este asunto de la invasión de hormigas lo había intranquilizado y sabía que le costaría conciliar el sueño. Había decidido hacer un trabajo de exterminio muy metódico y fulminante, temprano al día siguiente.
Las primeras luces del día lo despertaron con sobresalto. Con enorme sorpresa notó que la luz no provenía de las ventanas, sino del techo de su habitación que lentamente comenzaba a levantarse. Parecía inexplicable, pero la realidad era que desde lo más alto de las paredes, una franja de luz se iba haciendo cada vez mayor, a la vez que el techo se elevaba gradualmente. Al cabo de unos instantes pudo ver una especie de brazo articulado negro y gigante que levantaba el techo de su casa. Cuando al final el techo fue removido totalmente, reconoció la cabeza negra y dotada de antenas del demoníaco insecto que se asomaba con movimientos casi mecánicos. El polvo que en forma de lluvia blanca era esparcido desde la bolsa verde esmeralda allá en lo alto le dio la respuesta final.